Todos los niños nacen artistas. El desafío es que lo sigan siendo cuando crecen.
Pablo Picasso
Si nos paramos un momento a pensar en esta cita y en los niños que conocemos, nos daremos cuenta de que la mirada de un niño es la misma que la de un artista. Ellos son lo que quieren ser, porque para ellos todo vale. Su imaginación no tiene límites y sus sueños son infinitos. Dibujan la vida a su manera, llena de colores, con sus historias y sus personajes. Ven lo que otros no ven y se emocionan ante la magia que lo inunda todo. Sólo les importa el truco si les ayuda a hacer magia por ellos mismos.
Según un estudio longitudinal desarrollado por Ken Robinson, experto mundial en creatividad y educación, el 98% de los niños entre 3 y 5 años son capaces de pensar de manera divergente, es decir, son creativos. Sin embargo, a medida que van creciendo, dicha capacidad va desapareciendo: a la edad de 8 años sólo el 32% de esos niños la conservan, a los 13-15 años ya es el 10%, y al llegar a la edad adulta desciende hasta el 2%. Curioso, ¿verdad? ¿A se debe esta tendencia?
Cuando son pequeños, los niños no tienen miedo a la ambigüedad ni a la incertidumbre, salen constantemente de su zona de confort para explorar nuevos mundos, porque la curiosidad y las ganas de descubrir les impulsa a hacerlo. Si no saben, prueban. Se arriesgan constantemente. A diferencia de los adultos, no tienen miedo a equivocarse. ¿Qué les hace entonces cambiar?
Con el paso de los años, la escuela, y la sociedad en general, les va preparando para un mundo predecible, en el que todo está escrito y la incertidumbre no tiene cabida. Esa creatividad va siendo reemplazada por el pensamiento lógico, una herramienta segura que les va a permitir enfrentarse al mundo. Sin embargo, nadie sabe lo que va a ocurrir en 10 años. Lo único seguro es que no hay nada seguro.
Por eso, en una sociedad tan caótica y cambiante es fundamental que ese espíritu artista no se pierda. Porque es el que les va a permitir crear, cambiar, renovarse y adaptarse a cada situación. Porque soñar, cuestionarse, y experimentar son las únicas herramientas que el niño necesita.