¿Qué es la conexión? De una manera u otra, las personas que nos rodean forman parte de nuestra vida. Como una red de conexiones, de hilos invisibles que parecen unirnos entre nosotros. El problema es que, al no poder verlos ni tocarlos, a veces se nos olvida que existen.
Así como no hay dos personas iguales, tampoco hay dos hilos iguales. Unos son tan cortos que asfixian y otros, en cambio, tan largos que no nos permiten vernos. También los hay duros como el diamante, elásticos como la goma, o frágiles como el cristal. Por eso, cada uno de ellos requiere de una atención y cuidados distintos.
Según la famosa pirámide de Maslow, para satisfacer las necesidades más elevadas es necesario satisfacer antes las más básicas. Precisamente entre estas últimas se encuentra la afiliación: los vínculos afectivos y la aceptación social. Es decir, difícilmente podremos pensar en algo que no sea nuestra situación económica y/o social si ésta no es buena. Todos lo hemos experimentado alguna vez. En cambio, si experimentamos una estabilidad social y económica la cosa cambia, ¿verdad?
Pero esta conexión con los demás no son sólo un «requisito» imprescindible para avanzar en la pirámide. También juegan un papel importante en todo lo que hacemos. Tanto es así que el profesor James Comer defiende que ningún aprendizaje significativo puede ocurrir sin una relación significativa. Y es que el niño construye los conocimientos sobre él mismo y el mundo que le rodea en base a las relaciones que establece con éste. Por eso, no es de extrañar que el tipo de apego que establece con su principal entorno social tanga tanta repercusión en su desarrollo.
Tal y como dice Rita Pierson, todo niño necesita un campeón, alguien que crea en ellos, en que llegarán a ser lo mejor que puedan llegar a ser, y hagan todo lo posible por que eso se haga realidad. Sólo así, ellos llegarán a hacer esa creencia suya.