Dicen que «más vale solo que mal acompañado». Y es que, al contrario de lo que se tiende a pensar, proteger no siempre es sinónimo de seguridad. Más bien, todo lo contrario. Y es que es precisamente ante el peligro como los niños están más seguros. No obstante, la tendencia actual es la de controlar y regular excesiva y continuamente su autonomía. Y no sólo en aquellas situaciones que entendemos como potencialmente peligrosas. También en el juego.
Pensemos en los espacios «aptos para los niños y el juego»: los parques. Lugares a los que los niños deben ir acompañados, porque «es necesario» que alguien los vigile para impedir que se hagan daño, que corran riesgos. De ahí que la mayoría estén cercados, sean llanos y dispongan de los mismos aparatos (simples, intuitivos y estructurados). Se trata pues de lugares pensados para el control, por y para los adultos, alejados de los intereses y necesidades de los niños. ¿Alguien les ha preguntado cómo les gustaría que fueran? Muchos se sorprenderían.
El juego no es una actividad más, es la manera en la que los niños se relacionan con su entorno y con ellos mismos. Sin embargo, como dice Francesco Tonucci (La ciudad de los niños, 1997): «Se nos ha olvidado que el juego está ligado al placer y el placer se asocia mal con el control y la vigilancia». El niño también necesita su espacio para poder ser él mismo, y no sentir constantemente que tiene unos ojos detrás… En realidad, todos lo necesitamos, ¿no es así?
Salir a la calle ha dejado de ser para ellos un acto de libertad. Incluso los desplazamientos han dejado de tener magia. ¿Dónde queda el ansia por descubrir la ciudad, el pararse en cada rincón, las preguntas? Pareciera como si, de pronto, hubiéramos dejado de sorprendernos para limitarnos a movernos de un sitio a otro con el único objetivo de llegar a una meta. Y como consecuencia, pretendemos que los niños nos sigan y se desplacen cada vez con mayor frecuencia en nuestra compañía, de la mano o dentro de nuestro coche, renunciando así a cualquier toma de decisión.
A veces, se nos olvida que no son una prolongación de los adultos. Nos falta confianza en los niños.